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Mostrando entradas de noviembre, 2020

La isla de los autos blindados

  Después de casi tres meses de intensa búsqueda, Tony Eveas por fin obtuvo su pasaje en la única aerolínea que hacía el vuelo. Cuando la nave despegó, solo había dos pasajeros a bordo. Tras siete horas de travesía llegaron a la isla de Zanarcea.  Mientras le sellaban el pasaporte vio que su compañero de vuelo salía a la calle con un paraguas de metal. Tony no podía estar más contento, sería el primer vendedor de la empresa en hacer negocios en ese país. Arrastraba su maleta hacia la salida por los pasillos desiertos del aeropuerto cuando un policía le pidió que lo acompañara. Entraron a una oficina donde un funcionario con un enorme bigote le ofreció un paraguas de aluminio. De inmediato agradeció el obsequio, pero el hombre tras el escritorio le explicó que no era un regalo, su uso era obligatorio en el país. La calle exterior del aeropuerto estaba tan desierta como el interior. Cuando salió, todas las luces del edificio se apagaron. Estuvo esperando unos minutos en la puerta hasta q

Los viejitos del ajedrez

Se trata de caminar a paso vivo durante una hora y no hace falta correr ni hacer cosas raras. El médico fue muy claro, esa hora diaria de caminata intensa va ayudar a recuperarme y a bajar de peso. Mis compañeros de trabajo me recomendaron anotarme en uno de esos gimnasios llenos de aparatos para ejercitarse. La opción de caminar en la plaza fue la propuesta de mi esposa, mi hija y mi suegra. Como es lógico, estoy haciendo mis caminatas en la plaza.  La Plaza Almagro no es mi favorita, pero está cerca de casa. Todos los días camino durante una hora y debo  reconocer que me siento mejor. Resulta agradable pasear entre los chicos que juegan y los paseadores de perros. Soy el más lento del grupo de los que usamos ropa deportiva. Algunos corren velozmente esquivando a los demás mientras que yo camino con mi orgullo un poco flojo. Sin embargo creo que mi calzado deportivo debe ser el más caro y además me hace sentir que voy flotando sobre la vereda. Estoy convencido que por la ropa que uso

El club del barranco

Pocas horas después del mediodía, el club del barranco estaba por empezar otra sesión. El lugar de reunión de esa tarde era el maizal de don Zale porque ahí está más fresquito.  —Es muy importante que antes de hacer el entierro estemos de acuerdo. Esto es un secreto —dijo Diny poniéndose de pié—. ¿De acuerdo? Me parece que antes de seguir, les tengo que contar qué es el club del barranco porque así la historia se entiende mejor. El club del barranco se había formado dos veranos atrás y para ser miembro, tenías que bajar corriendo por el barranco y frenar sin caerte al arroyo. Si te salía mal y rodabas por la pendiente o, peor, te ibas de cabeza al agua, chau, no podías entrar al club. Por eso sus integrantes habían pasado esa prueba. Bueno, por lo menos les había salido bien una vez. Y la verdad es que nadie puede hacerlo bien la primera vez. Pero, por suerte, se podía tratar varias veces y también vale que te ayuden atajándote.  Ahora que saben qué es el club del barranco, ant

El viaje de los siete años

Había llegado el mes en el cual Blego tenía permitido hacer su viaje. Según el reglamento todos podían salir cada siete años. Muchos no tomaban esa licencia porque no tenían a nadie para visitar o un sitio adonde ir. Él sí. No le importó que el invierno estuviera por llegar, quería pasar unos días con su madre. Ese día, antes de que salga el sol, ya tenía todo lo necesario en su morral y estaba en marcha.  Hacía un buen rato que había iniciado el descenso de la montaña cuando se sentó a descansar en una roca del camino. Al inclinar la cantimplora para beber unos sorbos de agua vio que en la cima solo se distinguía el portón del monasterio de Stonc. Él mismo, junto con otros dos monjes, había pintado esa entrada que era tan gruesa como dos hombres y con la altura de un abedul. Se sacudió las sandalias, se subió la capucha y siguió bajando la montaña.  Por la tarde, la cumbre había quedado oculta por el frondoso bosque. Con cada paso que daba se levantaba una nube de polvo que le c

El paso del tonelero

  Efaín Belmonte era una celebridad en la Universidad de Córdoba, entre otras cosas, porque sus conferencias atraían a muchos estudiantes y a algunos colegas. Era un hombre corpulento de casi un metro noventa de estatura, siempre enfundado en elegantes trajes y desde el escenario sus ojos grises proyectaban una mirada bondadosa mientras su profunda voz  mantenía   cautivo  a su auditorio. El Dr. Belmonte era experto en la historia de los pueblos originarios de su provincia.  La opinión de sus colegas era coincidente en que lo mejor de Belmonte eran los rituales de cierre de sus conferencias en las que incluía breves y curiosas historias que no aparecían en sus libros. Una tarde, al concluir su ciclo de conferencias sobre el intercambio de ganado entre los Pampas, se apagaron las luces del proyector. El auditorio, silencioso y expectante, aguardaba la prometida historia de cierre mientras los ojos grises de Belmonte parecían buscar algo en el oscuro fondo del salón. Cuando el silencio d