—Es muy importante que antes de hacer el entierro estemos de acuerdo. Esto es un secreto —dijo Diny poniéndose de pié—. ¿De acuerdo?
Me parece que antes de seguir, les tengo que contar qué es el club del barranco porque así la historia se entiende mejor.
El club del barranco se había formado dos veranos atrás y para ser miembro, tenías que bajar corriendo por el barranco y frenar sin caerte al arroyo. Si te salía mal y rodabas por la pendiente o, peor, te ibas de cabeza al agua, chau, no podías entrar al club. Por eso sus integrantes habían pasado esa prueba. Bueno, por lo menos les había salido bien una vez. Y la verdad es que nadie puede hacerlo bien la primera vez. Pero, por suerte, se podía tratar varias veces y también vale que te ayuden atajándote.
Ahora que saben qué es el club del barranco, antes de contarles lo de la reunión, es importante que conozcan a sus integrantes. Los cuatro chicos son de cuarto grado de la escuela del pueblo. El más alto es Diny. En realidad se llama Dionisio, pero a él no le gusta ese nombre y por eso todos le dicen Diny. Él es el presidente porque se le ocurrió la idea del club y, además, es el mayor. Tiene cuatro meses más que los otros tres. Todos saben que los presidentes usan corona, pero no había ninguna en el pueblo, así que Diny usa una boina medio apolillada. Al lado de Diny está Lucy y le dicen así porque ese es su nombre. Si la nariz de Lucy fuera más chiquita, entre los ojos y la boca solo estarían las pecas. Ella no se lo dijo a nadie, pero está enamorada de Diny y se quiere casar con él. El único defecto que le ve es que su boina medio apolillada tiene un olor raro. Las primas de Lucy le llevan diez años, por eso quiere casarse antes de estar tan vieja como ellas. El presidente no conoce sus intenciones, pero me parece que se va a enterar antes de que empiecen las clases.
A la derecha de Diny está Enzo. Como siempre, él se sienta sobre una pelota de fútbol tan gastada que parece de gamuza. Tiene el pelo enrulado y va a todos lados con sus botines de cuero y la camiseta de su club favorito. Enzo está siempre con un palito en la boca, moviéndolo de un lado al otro porque las sesiones del club lo aburren. A él le gustaría jugar a otra cosa, pero tampoco quiero entrar en tantos detalles. Solo falta que les cuente de Linus. También parece distraído, pero la verdad es que siempre está pensando en sus propias cosas. Linus es el gordo del grupo. Menos mal que está en el club porque todas las pandillas tienen que tener a un gordo. Todos saben que si él no estuviera con ellos, habría que ir a buscar a algún gordo a los pueblos vecinos. Y quién sabe si quiere incorporarse. Lo mejor es ni pensarlo.
Muy bien, ahora si puedo seguir con la historia. Como les venía diciendo:
—Es muy importante que antes de hacer el entierro estemos de acuerdo. Esto es un secreto —dijo Diny poniéndose de pié—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondieron los demás.
—Muy bien, tendremos que hacer un juramento— propuso el presidente.
—Bueno —dijo Enzo.
—Claro —agregó Lucy aprovechando para tomar la mano de Diny.
—No se puede —todos miraban a Linus que movía los mofletes de un lado al otro—. Mi abuela dice que no se puede andar jurando por ahí.
—¿Por qué no se puede?
—Mi papá a veces se enoja conmigo y me grita: “Te juro que te voy a..”, y mi abuela, que va siempre a la iglesia, lo reta diciendo que no puede usarse el nombre de Dios en vano.
—¿Qué es “enbano”? —preguntó Enzo que rebotaba la pelota en el suelo.
—¿Y si hacemos una promesa? —quiso saber Lucy mirando a Diny.
—Puede ser —dijo Diny—. ¿Qué les parece la idea?
El presidente observó como Linus y Enzo se miraban levantando los hombros. No le preguntó a Lucy porque cuando ella lo miraba así, a él le daba miedo. Señalando lo que tenían todos a sus pies, les dijo:.
—Muy bien. ¿Todos prometemos enterrar en secreto esta antena de los marcianos para evitar que vengan a invadir la Tierra?
—¿Cómo vamos a hacer para enterrar esto? —preguntó el gordo apuntando con el mentón al centro del grupo.
—¿Qué están haciendo, pandilla de vándalos? —los gritos de don Zale se escucharon cada vez más cerca.
A mi me parece que la reunión terminó ahí porque todos los chicos salieron corriendo en medio de las plantas. A lo lejos, entre las risitas de la desbandada, se oyó a Enzo que preguntaba:
—¿Ahora si podemos ir a jugar a la pelota?
Cuando llegó al lugar de la reunión, don Zale respiraba agitado con las palmas en las rodillas. Después de un minuto, más o menos, ya estaba mejor pero seguía riéndose. Se agachó con una mano en la cintura para agarrar con la otra lo que habían dejado los chicos. Mientras volvía a su casa miró la veleta que traía y pensó que lo mejor era ponerla de nuevo en el tejado, sin darle otra mano de pintura. Después de todo, los chicos podrían haberse lastimado con esos fierros puntiagudos. Se fue al granero a buscar algo menos riesgoso y que al día siguiente puedan volver a jugar sin peligro en su maizal. Para don Zale las risas y las correrías de los chicos era otro asunto lindo que venía con el verano. Él se veía a sí mismo como un sponsor de esa muchachada, pero para mí que era el quinto integrante del club del barranco.
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