El hombre se ocupaba de organizar torneos deportivos, inculcar el ahorro, promover la filatelia y otras actividades fuera del esquema escolar de la época. Había logrado hacerse querer por todos, incluso por sus alumnos.
Después de una espera de meses, le llegó por correo un paquete que había encargado por catálogo. Despejó la mesa de la cocina y abrió el envoltorio. En la tapa de la caja se veía un avión de combate a escala para armar. En su interior estaban todas las piezas del Wellington MK X de la Fuerza Aérea Británica. En la época de la Segunda Guerra Mundial él había leído en los diarios el formidable desempeño de esa nave y era su oportunidad de montar su propia réplica a escala. Desplegó sobre la mesa las partes y el adhesivo incluido, pero no encontró las instrucciones para el armado.
Todo el fin de semana estuvo dedicado a montar las diminutas piezas según le dictaba su buen juicio. La imagen de la caja fue su guía, aunque el resultado del ensamble no se le parecía mucho. El sábado por la tarde comenzó a utilizar un cortaplumas con el que corrigió el ancho o el alto de los encastres que requerían un retoque para ajustarse. El modelo quedó terminado el domingo a la noche, solo restaba montarlo sobre el pie de plástico transparente. La abertura en la base no coincidía con el encastre del soporte y debió valerse de su navaja para solucionar el inconveniente. Como la maqueta no se sostenía sola sobre la base, empleó la última gota del pegamento. Colocó el avión en su biblioteca y se alejó unos pasos y contempló su trabajo. El libro que apoyó sobre el pie para evitar que su obra caiga de lado era funcional pero no muy elegante. Por otra parte, el resultado no tenía simetría lateral ni vertical. Por más empeño que ponía en la contemplación de su trabajo, este no se parecía en nada a la ilustración de la caja.
Cincuenta años más tarde el gobierno provincial estaba organizando un museo de la educación en la ciudad capital. Al enterarse de la iniciativa, los habitantes de Villa General Uboldi pidieron que se incluya al insigne señor Gallardo, su primer maestro. El encargado de la sala de docentes ilustres encomendó la investigación al estudiante de historia, Eugenio Sagesse. El joven no quería defraudar a sus jefes, de modo que de inmediato se trasladó a Villa General Uboldi.
Al llegar supo que el maestro, que había fallecido veinte años antes, había donado su vivienda a la escuela, y era donde funcionaba el comedor y el aula de computación. En el altillo se encontraban atesoradas las pertenencias del recordado docente, y allí entró Sagesse, a catalogarlo todo. Se sorprendió de los ingeniosos métodos educativos de Gallardo, que registraba sus actividades en cuadernos. Encontró sus colecciones compuestas por nueve volúmenes de estampillas archivadas, doce cajas de minerales de la zona con sus catálogos y cientos de discos de pasta de música clásica.
Los cuatro vecinos de Villa General Uboldi que asistieron a la inauguración del museo cantaron emocionados el Himno Nacional. Querían ver qué habían expuesto de su primer maestro, pero era una visita guiada y debieron peregrinar por las distintas salas. Los cuatro hicieron el recorrido contemplando con abulia los viejos escudos, pupitres de madera y mapas ajados que les iban mostrando. Por fin llegaron al lugar que les interesaba, la sala de los docentes ilustres y dentro rastrearon al señor Gallardo, como un sediento buscando el agua.
Allí estaba. Una hermosa vitrina dedicada al gran educador de Villa General Uboldi. Todavía olía a pintura fresca. Arriba de todo estaba la fotografía en blanco y negro del hombre del jopo y el bigote que sonreía a la cámara. Unos gráficos ilustraban sus ingeniosas estrategias pedagógicas y mostraban parte de sus colecciones. Se destacaban los minerales y las estampillas. Al ver el último objeto, los cuatro se miraron con los hombros y las cejas en alto. En la parte inferior derecha de la vitrina estaba el modelo a escala. Sintieron vergüenza al no reconocer la obra de su estrella local. Se acercaron para ver la tarjeta junto a la maqueta de plástico gris. Con letras muy chicas habían escrito escultura abstracta.
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