—¿Así que puede decirme dónde estaba usted la noche del 6 de Junio?
El inspector González, con el mentón en alto, dejó la pregunta el aire. Tenía las manos enlazadas en la espalda y caminaba a grandes pasos en torno a la mesa de la sala de interrogatorios.
El chef Bordelois era un distinguido cocinero, tal vez el mejor de Torremolinos, pero nadie lo hubiera sospechado al verlo allí sentado. El hombre, con su atuendo blanco, estaba con los brazos cruzados sobre la mesa. Cuando escuchó otra vez la misma pregunta, dejó caer la frente sobre las manoss.
—Le voy a refrescar la memoria, Bordelois. Esa noche apareció apuñalado el juez Ortiz de Rojas —el inspector se detuvo frente al detenido con los hombros hacia atrás y tras una pausa, agregó—, tenía clavado un cuchillo de cocina.
—Ya se lo dije —la voz del chef resonaba entre sus brazos—, estaba en su casa con su mujer.
—Escuche, Bordelois —tronó González que, sujetándose del borde de la mesa, le acercó la cara encendida—, no se haga el tonto conmigo. ¿Cómo es eso? ¿Me dice que cuando lo apuñalaron en la plaza, usted estaba en la casa del juez con la viuda?
Bordelois se enderezó en la silla y González estaba tan cerca que percibía su aliento a café rancio. Inspiró hondo y con los ojos entornados preguntó:
—¿Inspector, podemos tutearnos? —González parpadeó con lentitud y al abrir los ojos estaban tan enrojecidos como su cara— Ese día yo estaba en tu casa con tu mujer.
Se requirieron tres uniformados para separarlos.
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