Ir al contenido principal

La magnífica Ubar


La magnífica Ubar, al sudeste de la Península Arábiga, era conocida también como la ciudad de las columnas. Su única entrada era el Portón del Homenaje hecho de hierro fundido y estaba rodeada por gruesos murallones con siete almenas y cuatro torreones. Era el centro comercial más importante de la península y sus habitantes disfrutaban de las comodidades de la época. Sin embargo, cierto día algunos  ciudadanos se quejaron de que eran importunados por un tal Adib, conocido como Adib el oscuro. Tal fue su clamor que llegó a oídos del Visir de Ubar que administraba la ciudad por mandato del Califa. El asunto parecía delicado de modo que le encomendó la indagación a su consejero de mayor confianza, un hombre piadoso conocido como Malek el afable. 

Dos días después de cumplir su cometido, el comisionado se presentó ante el Visir y con gran consternación relató cuanto había descubierto. Tras escuchar la sorprendente crónica, la siguiente tarea de Malek el afable fue congregar en el palacio cuanto antes a todos los implicados. El Visir era una persona de escasa tolerancia pero de gran devoción y estaba decidido a finalizar el contratiempo cuanto antes. Deseaba que la paz regresara enseguida a la magnífica Ubar. 

Siguiendo las instrucciones recibidas, Malek el afable reunió a todos en el salón más grande del palacio, el salón de los mil candiles. Al rato entró a la cámara el Visir rodeado por su guardia personal, cuatro hombres con cimitarras muy afiladas y de gran tamaño. Tras ocupar su sede, miró detenidamente a cada uno de los presentes. Solo se oía el rumor de la fuente de agua en el centro del salón.

Por orden del consejero, Adib el oscuro se adelantó unos pasos y esto provocó un estridente murmullo en el salón. Cuando el Visir levantó su mano, regresó el delicado goteo del manantial. El acusado, un hombrecito de baja estatura, tenía los ojos tan pequeños que parecían dos puntos negros a los lados de la nariz, que era grande y estrecha, equiparable al pico de un ave carroñera. Permanecía inmóvil sujetando con firmeza un arcón del tamaño de una sandía que estaba forrado con un cuero grasiento. Sus dedos, largos y nudosos, parecían garras clavadas en el cofre.

El primero en presentar su queja contra Adib fue un posadero, un hombre regordete y calvo. Avanzó unos metros y mientras estrujaba su cochambroso delantal refirió al Visir que el acusado se negó a pagar la cena porque no le había parecido apetecible. Narró que mientras él y el mesero insistían en que debía abonar su deuda, el denunciado murmuraba algo dentro de su cofre. De inmediato y sin razón aparente se enfermaron los demás comensales. El hombre del delantal mugriento explicó que nadie pudo controlar su descompostura. Durante dos días estuvieron limpiando el lugar y desde entonces estaba en la ruina porque, según dijo, los ciudadanos de Ubar evitaban su posada.   

El tendero fue el siguiente y según su relato discutió con Adib porque éste quería devolver una escoba comprada el día anterior. El vendedor miraba de reojo hacia el arcón con un leve temblor en el labio inferior. Cuando el Visir le ordenó que prosiguiera, dijo que le explicó al cliente su política de no admitir devoluciones y entonces Adib musitó algo a su cofre entreabierto. En ese punto del relato el tendero se quedó en silencio mirando el suelo y negando con la cabeza. El Visir le ordenó que continuara su historia bajo apercibimiento de ser expulsado del salón. Cuando los guardias se acercaban para echarlo, reanudó su testimonio. Dijo que todos sus plumeros se habían ido volando en bandada, desapareciendo con sus graznidos tras los muros de la ciudad.  

El Visir dejó de apretar las muelas para preguntar a Malek el afable quién era el próximo en presentar su caso. El consejero mirando los ojos enrojecidos de su jefe le dijo que se trataba de una jovencita que había rechazado a Adib. Malek señaló hacia el sitio en el que estaban una muchacha y una anciana que la llevaba del brazo. En cuanto la mujer mayor soltó a la joven y se adelantó, el Visir le ordenó que regresara a su sitio y que fuera la joven quien hablara por sí misma. La vieja explicó que ella era la del asunto y que su hermana melliza solo estaba allí para acompañarla. 

El Visir se puso de pié de un salto y mandó a su guardia a que desalojaran el salón. Pese a sus esfuerzos, Malek el afable no consiguió contener al Visir ni lograr que recapacitara. Sus decisiones se ejecutaron de inmediato: Adib el oscuro fue desterrado y también se disgustó con su consejero, expulsándolo para siempre del palacio. Desde ese momento nadie más lo llamó Malek el afable.        

La magnífica Ubar, al sudeste de la Península Arábiga, era conocida también como la ciudad de las columnas, pero hoy día los arqueólogos la conocen como la Atlántida de las Arenas.


Comentarios

  1. Me encantan tus cuentos. Con cada nuevo cuento me pregunto con que nuevo mundo me voy a encontrar

    ResponderEliminar
  2. Un cuento "fantàstico". Excelente final!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un nombre para Elvalf

  Ese día había sido muy bueno. Todos en el grupo estaban felices. La cacería había sido un éxito, pero Elvalf percibió que algo en su interior no estaba del todo bien. El augurio no era bueno, pero no le dieron el nombre de Elvalf , el veloz,  por nada. Estaba preocupado, pero decidió ignorar esa extraña sensación y se unió a los festejos junto a sus compañeros que danzaron durante toda la noche. Juntos cantaron la canción del clan.  Como era costumbre entre los cazadores, cada generación agregaba una estrofa referida al miembro más valiente. Por eso la canción terminaba contando la astucia de Elvalf, el veloz. Casi siempre le incomodaban los elogios, pero sabía que se trataba de gestos sinceros de sus compañeros. Elvalf sabía que al reconocer sus habilidades los demás cazadores expresaban la confianza que inspiraba durante las cacerías. Su mejor amiga, Volga disfrutaba y participaba de los elogios. La incapacidad de Elvalf para disimular su vergüenza le parecía el rasgo más atractivo

El mejor de los cocineros

  —¿Así que puede decirme dónde estaba usted la noche del 6 de Junio?  El inspector González, con el mentón en alto, dejó la pregunta el aire. Tenía las manos enlazadas en la espalda y caminaba a grandes pasos en torno a la mesa de la sala de interrogatorios.  El chef Bordelois era un distinguido cocinero, tal vez el mejor de Torremolinos, pero nadie lo hubiera sospechado al verlo allí sentado. El hombre, con su atuendo blanco, estaba con los brazos cruzados sobre la mesa. Cuando escuchó otra vez la misma pregunta, dejó caer la frente sobre las manoss. —Le voy a refrescar la memoria, Bordelois. Esa noche apareció apuñalado el juez Ortiz de Rojas —el inspector se detuvo frente al detenido con los hombros hacia atrás y tras una pausa, agregó—,  tenía clavado un cuchillo de cocina. —Ya se lo dije —la voz del chef resonaba entre sus brazos—, estaba en su casa con su mujer. —Escuche, Bordelois —tronó González que, sujetándose del borde de la mesa, le acercó la cara encendida—, no se haga el