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Mostrando entradas de octubre, 2020

El entusiasta

El señor Gallardo fue el primer maestro de la escuela de Villa General Uboldi. Era un hombre delgado, alto y esmerado en todo, en especial con su vestimenta. Llevaba un enorme bigote negro y el cabello corto, del mismo tono, con un flequillo de lado que sacudía de costado cuando le caía sobre la vista. El movimiento había sido bautizado por sus alumnos como “el cabezazo”. Algunos estudiantes habían contado catorce cabezazos en una clase y en la tapa de un cuaderno habían calculado mil cuatrocientos por mes. Pero no eran cómputos acertados, solo contemplaban el horario escolar. Él nunca hablaba de sus padres y era sabido que no pensaba cambiar su condición de soltero. Algunas madres se ofrecieron a recortar el rebelde flequillo del maestro. Ninguna tuvo éxito. El hombre se ocupaba de organizar torneos deportivos, inculcar el ahorro, promover la filatelia y otras actividades fuera del esquema escolar de la época. Había logrado hacerse querer por todos, incluso por sus alumnos.  Después d

La magnífica Ubar

La magnífica Ubar, al sudeste de la Península Arábiga, era conocida también como la ciudad de las columnas. Su única entrada era el Portón del Homenaje hecho de hierro fundido y estaba rodeada por gruesos murallones con siete almenas y cuatro torreones. Era el centro comercial más importante de la península y sus habitantes disfrutaban de las comodidades de la época. Sin embargo, cierto día algunos  ciudadanos se quejaron de que eran importunados por un tal Adib, conocido como Adib el oscuro. Tal fue su clamor que llegó a oídos del Visir de Ubar que administraba la ciudad por mandato del Califa. El asunto parecía delicado de modo que le encomendó la indagación a su consejero de mayor confianza, un hombre piadoso conocido como Malek el afable.  Dos días después de cumplir su cometido, el comisionado se presentó ante el Visir y con gran consternación relató cuanto había descubierto. Tras escuchar la sorprendente crónica, la siguiente tarea de Malek el afable fue congregar en el palacio c

En pocas palabras

En pocas palabras, eso era un desastre. Las campanas de su iglesia habían dado las once y el Padre Gervasio estaba con las cejas apretadas mirando las hortalizas que había sobre la mesada de la cocina. A la hora del almuerzo se reuniría con su comunidad y solo contaba con los pocos vegetales que tenía enfrente. Tras lavarlos, acomodó el zapallito entre el tomate y la zanahoria y junto a esta la berenjena. Se secó las manos en el delantal e inspeccionó a su tropa con la boca torcida. Los huevos estaban ausentes sin aviso y no llegarían hasta la tarde. Debería conformarse con esos ingredientes para preparar la comida.  Faltaban cincuenta minutos para el encuentro. Apartó el tomate, le hizo unos cortes en la base y mientras esperaba que hierva el agua, rebanó lo demás en finas rodajas. Luego de algunos segundos de hervor, retiró la piel del fruto rojo y lo cortó en cubitos. La salsa de tomate estaba en marcha a fuego lento y el perfume del vino que agregó inundó toda la cocina.  Como siem